Salud, dinero y amor: ¿Sirven para alcanzar la felicidad?
"Tres cosas hay en la vida: salud, dinero, y amor. El que tiene estas tres cosas, que le dé gracias a Dios". Así cantaron ayer nuestros pueblos, con entusiasmo embriagador, una canción que llegó a popularizarse en todo el mundo hispano y que todavía de vez en cuando resurge en el ámbito musical de hoy.
Esta lírica de alegre recordación, destaca filosóficamente que estos tres ingredientes: salud, dinero y amor, son elementos imprescindibles para alcanzar esta ansiada quimera del hombre, la felicidad. Se me ocurre que nuestro idealismo de ayer nos guió a cantar una premisa verdadera.
Si usted tiene salud, es muy posible que pueda conseguir dinero y amor. Pero puede que no. La salud por si sola no es garantía para adquirir dinero y encontrar amor. ¡Hay tantos en nuestro mundo que, saludables y fuertes, se ven escasos del "poderoso caballero - Don Dinero", y son un fracaso en los menesteres del amor!
Si usted tiene dinero, es muy posible que pueda conseguir salud y amor. El dinero puede comprar alimentos adecuados, medicinas, pagar hospitalización y médicos y, abortivamente, comprar cierta clase de amor. Pero puede que no. El dinero en sí no garantiza la obtención de la salud, pues individuos adinerados han vivido vidas físicas miserables, han sufrido achaques y dolores y hasta han muerto en precarias condiciones de dolor sin haber gozado un ápice de salud. No han amado a nadie ni tampoco han sido amados por alguien.
Si usted tuviera amor, aunque no tuviera dinero ni salud, su vida se vería colmada de dicha, felicidad, estabilidad mental y emocional, puesto que la Biblia afirma que el "amor ... es el vínculo perfecto" (Colosenses 3:14), o sea de la madurez o plenitud. El amor es la fuerza más poderosa que se conoce. San Pablo dice en el Nuevo Testamento: "Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor" (1 Corintios 13:13).El Nuevo Testamento proclama que Dios es amor y que también amó al mundo "de tal manera ... que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).
En Dios encontramos la esencia del amor, la excelencia del amor, la perfección del amor. En Dios vemos el amor que condesciende y que regala. En Dios encontramos el amor que busca, el amor que redime, que transforma y que perfecciona.
A menudo se confunde el amor con atracción física o deseo sexual. Estas cosas podrán ser culminaciones o instintos humanos. Pero el amor supremo y divino trasciende estas culminaciones. El amor de Dios rebosa los laberintos del cielo para inundar los laberintos de la tierra. Es amor que desciende verticalmente hacia el hombre y que se puede suministrar horizontalmente por el hombre a su prójimo.
El disfrute de una vida de amor en su más alta y sublime expresión se ha hecho posible por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado. El Espíritu Santo del Dios del cielo se "derrama" en los corazones que arrepentidos del pecado del odio, de la mezquindad, del egoísmo y del desenfreno, se abren de par en par a la libre entrada de Jesucristo el Hijo de Dios. En medio de nuestra sociedad materialista y demoledora, usted lector, puede ser lleno de ese Espíritu Santo de amor en este mismo momento si por la fe hace las paces con Dios. Dé ahora mismo el primer paso en esa dirección y descubrirá un mundo nuevo y sublime donde impera el amor - esencia misma de la deidad - puesto que Dios es amor (1 Juan 4:8).
Ahí mismo donde usted se encuentra, ponga a un lado este papel y por fe póngase en contacto con Dios. Dígale en alta voz con fe verdadera y con absoluta sinceridad: "DIOS, soy un desdichado. Me encuentro desprovisto de felicidad y del amor verdadero. Soy un perfecto egoísta. Perdona mi extravío que, como bien sabes, es muy grande. Te necesito. Recibo a Jesucristo para que EL tome posesión de mi vida hoy y para que me selle con su Santo Espíritu para siempre. Gracias, Dios, por amarme. Gracias, Jesucristo, por salvarme. Gracias, Espíritu Santo, por poseerme. Amen.
Autor: Pastor Mariano González.