El fruto del Espíritu en la vida de un cristiano
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Gálatas 5:16-23
La presencia del Espíritu Santo es esencial para vivir la vida cristiana. El trabajo que los creyentes están llamados a hacer, no puede ser fructífero sin Él, porque nuestra naturaleza pecaminosa estorbaría cualquier intento que hiciéramos para tener el carácter de Cristo. Pensemos en el ejemplo del apóstol Pedro: pasó tres años comiendo, durmiendo y aprendiendo en la presencia de Jesús. Sin embargo, antes de la crucifixión, negó conocer al Señor. Pero cuando el Espíritu Santo vino en Pentecostés, el atemorizado Pedro se transformó en un enérgico predicador.
Lo que le sucedió a Pedro, le sucede a toda persona que recibe a Jesús, pero muchas no se dan cuenta del maravilloso recurso que tienen a su disposición: el Espíritu de Dios es el motivador interno del creyente para expresar la evidencia externa de la fe. Él da el poder para vivir la vida cristiana, y para trabajar con efectividad para el Señor.
La prueba visible que presentamos, es el fruto del Espíritu. Algunos aspectos pueden ser más fuertes en nuestra vida que otros. Es posible que no todos se expresen al mismo tiempo en la misma proporción, pero cada una de esas características está dentro de nosotros porque el Espíritu Santo mora en nuestros corazones.
La verdad práctica es que debemos tener una actitud espiritual, aunque no nos sintamos con ganas de hacerlo. Debemos ser amorosos, aunque no sintamos amor. Debemos practicar la paciencia cuando el enojo quiera imponerse. El gran misterio es que, cuando confiamos en el Espíritu, nuestro corazón cambia: el amor echa raíces, nos sentimos bien siendo bondadosos y la paciencia produce un espíritu apacible.