Reflexiones - El matrimonio como chocolate amargo
El chocolate amargo no es menos chocolate. Contiene las mismas propiedades; de hecho, diríamos que se encuentra en su forma más elemental, sin la añadidura de azúcar, leche y otras sustancias que componen el chocolate que más comúnmente conocemos.
Supongo que en la vida las relaciones de pareja son así también. La sociedad nos vende un chocolate más comercial (con azúcar y leche), donde el galán nos abre la puerta del auto, nos recita palabras románticas, nos sorprende con regalos costosos y nos conquista.
Sin embargo, cuando llegamos al matrimonio, la diaria convivencia nos muestra —en muchas ocasiones— el chocolate en su forma más elemental, con un sabor semi-amargo. Entonces nos quejamos. ¿Dónde ha quedado el romance? ¿Qué de las flores? ¿Cuándo volverán las canciones románticas?
Quizá es cuestión de enfoques. ¿Qué es lo que nos gusta del chocolate? No es simplemente su dulzura, pues en ese caso compraríamos miel. No es tampoco su consistencia, pues podríamos optar por goma de mascar o algo crujiente como unos cacahuates (maní). Son las propiedades mismas del chocolate.
El chocolate amargo no es menos chocolate. Una relación de matrimonio del día a día no es menos romántica, ni especial, ni real, solo por los roces naturales de la convivencia.
¿Qué hago cuando recibo un trozo de chocolate amargo? Me lo como. Lo disfruto. Lo combino con otros sabores. Del mismo modo, en aquellos días de fricción con mi pareja, debo hacer lo mismo. Seguir adelante. Poner de mi parte. Combinarlo con buenos recuerdos.
Finalmente la vida tiene días buenos y malos, altos y bajos, dulces y amargos, pero sigue siendo vida. No nos quedemos solamente con las ideas que nos han vendido de modo comercial (chocolate americano o romance hollywoodense), sino que aprendamos a encontrar el valor y la belleza de las cosas, desde un chocolate (aún sea amargo), hasta una relación de pareja (al paso de los años). Por Keila Ochoa.