Cómo disciplinar a los hijos varones
Hace unos días, junto con mi esposa hicimos una rápida visita al supermercado para comprar unas pocas cosas. Cuando llegamos, nos llamó la atención una mujer que estaba de compras con su hijo de cinco años y ambos estaban envueltos en una lucha de voluntades. El niño le exigió que le comprara algo, y cuando ella se negó, comenzó con una clásica rabieta.
El conflicto todavía seguía en pie cuando llegaron al mostrador de pago adonde nos encontrábamos esperando en la fila. Haciendo caso omiso de que yo lo estaba oyendo, la mamá se inclinó hacia abajo y le habló con mucha tranquilidad a su hijo:
- “Te iba a comprar lo que pediste” – le dijo, - “pero ahora de ninguna manera puedo hacerlo. No recompensamos esa clase de comportamientos”
Pero el muchacho no estaba dispuesto a ceder. Continuó gruñendo y quejándose. Entonces la madre le dijo con total naturalidad:
- “¿Sabes lo que sucederá cuando lleguemos a casa?”
- “Sí”, dijo el niño.
- “¿Qué sucederá?”, le preguntó la madre.
- “Una nalgada”
- “Así es”, dijo la madre. “Y si te sigues comportando así, serán dos”
Al decir eso, la batalla terminó. El pequeño se tranquilizó y se comportó como un caballero. Casi nunca tomo parte en esta clase de episodios entre padres e hijos, pero ésta fue una excepción. La mujer se merecía una palabra de elogio.
- “Usted es una buena madre”, comenté.
- “Bueno, no es fácil”, respondió con una sonrisa.
La última vez que los ví, la mujer y su hijo se dirigían hacia la puerta. Sin querer, nos había dado una demostración de disciplina firme pero amorosa en circunstancias bastantes difíciles. El niño había desafiado la autoridad de la madre frente a extraños, situación que la ponía en desventaja.
A pesar de la vergüenza causada por la situación, permaneció controlada y en calma. No gritó ni reaccionó exageradamente. En cambio, dejó en claro que las reglas que se aplican en la casa también se aplicarían, literalmente, en el supermercado.
Esa clase de disciplina amorosa y confiada fue la que mi sabia y piadosa madre me aplicó cuando yo era un niño, y que traté de describir en mi primer libro para padres y maestros, titulado : Atrévete a disciplinar”. No intentaré resumir los elementos de aquel libro ni de otros que he escrito acerca del tema de la disciplina. Sin embargo, podría ser de ayuda el dar algunas sugerencias adicionales de importancia para los varones.
Comencemos examinando el papel de autoridad, que es fundamental para la adecuada enseñanza de niños y niñas, pero especialmente de los niños. La clave para los padres es evitar los extremos en cualquier dirección.
Durante el curso de los últimos 150 años, las actitudes de los padres han cambiado radicalmente: desde la opresión y la rigidez en un extremo hasta la permisividad y la debilidad en el otro. Ambos son dañinos para los hijos.
Durante la era victoriana, se esperaba que los niños se vieran pero no se oyeran. El padre siempre era un personaje represivo y temible que castigaba duramente a sus hijos por sus errores y defectos. Algunas veces, la madre era la que proporcionaba el cariño, pero también podía ser una mujer bastante severa. Estas técnicas autoritarias y punitivas reflejaban la creencia de que los niños eran adultos en miniatura y necesitaban que se los formara con palizas, comenzando poco después del nacimiento y continuando hasta bien entrada la juventud.
Con el tiempo, esa rigidez empujó el péndulo hacia otro extremo del universo. Al final de los años cincuenta y comienzo de los sesenta, los padres se volvieron decididamente permisivos. Lo que se llamó un enfoque “centrado en el niño” fue socavando la autoridad y creando algunos pequeños terrores en la casa.
De hecho, los niños que nacieron inmediatamente después de la segunda guerra mundial, y crecieron en esa era, llegaron estrepitosamente a la adolescencia justo a tiempo para revolucionar la sociedad.
A pesar de que el espíritu revolucionario que generaron, ahora se ha calmado, las familias actuales siguen bajo su influencia. Muchos representantes de la generación de los sesenta y setenta criaron a sus hijos con las mismas técnicas permisivas que observaron en sus hogares. No tenían idea de por qué era importante enseñarles respeto y responsabilidad a sus hijos e hijas, ya que ellos nunca lo habían experimentado personalmente.
Ahora, una tercera generación ha entrado en escena que todavía está menos familiarizada con los principios tradicionales de la crianza de los hijos, y existen muchas excepciones. Sin embargo, mi opinión es que hoy los padres están más confundidos que nunca con respecto a la disciplina efectiva y amorosa. Se ha convertido en un arte perdido, en una habilidad olvidada.
Madres y padres bien intencionados se han desviado del camino gracias a los principios liberales de una cultura posmoderna, especialmente cuando se trata de un comportamiento rebelde o malo. No hace falta más que mirar a los padres interactuando con sus hijos en público. Verá madres frustradas, gritándoles a sus hijos impertinentes, irrespetuosos y fuera de control.
El director del Centro Tom W. Smith, resumió los hallazgos de sus estudios de la siguiente manera: “La gente se ha vuelto menos tradicional con el tiempo, el énfasis ha cambiado de la obediencia y las familias que tienen a los padres como el centro, a valorar la autonomía de los hijos. Ahora los padres esperan que sus hijos se autodisciplinen”.
A aquellas madres y padres que esperan que sus varones se disciplinen a sí mismos, lo único que les puedo decir es: “mucha suerte”. La autodisciplina es una meta valiosa, pero casi nunca se desarrolla por iniciativa propia. Se debe enseñar. Formar y moldear las mentes jóvenes es el producto de un liderazgo diligente y cuidadoso de parte de los padres. Puede estar seguro de que se requiere un gran esfuerzo y una gran paciencia.
Permítanme repetir lo que ya he dicho otras veces: los varones necesitan estructura, supervisión y que se les civilice. Cuando se les cría en un ambiente de ausencia de intervención, carente de liderazgo, generalmente comienzan a desafiar las normas sociales y el sentido común.
Aquí tenemos otra metáfora que nos puede servir de ayuda: un río sin riberas se convierte en un pantano. Su tarea como padres es construir el canal por el cual correrá el río. Otra más: A un niño lo guiará el timón o la roca. La autoridad, cuando se equilibra con el amor, es el timón que dirige a sus varones a través de las puntiagudas rocas que pudieran romper el fondo de sus frágiles embarcaciones. Sin usted, el desastre es inevitable.
Tomado del libro. Cómo criar a los varones por Dr. James Dobson.