Siendo sal y luz en un mundo en tinieblas
Cómo sería la vida sin sal? El mar sin sal, las palomitas sin sal, papás fritas sin sal, pepinos sin sal, cualquier fruta sin sal. Sin sal, la vida no tendría sabor. Sería insípida. Así es el mundo sin Dios, sin sabor.
Nosotros somos la sal del mundo, podemos decir que nosotros, por la gracia de Dios, le damos sabor al mundo porque les presentamos a Dios. Otra característica de la sal, además de dar sabor, es que es un excelente generador de apetito, es decir nos dan ganas de comer. Por eso no podemos dejar de comer palomitas o papas.
Así como la sal, nuestra vida debe de hacer que a las personas les dé hambre de Dios. Revolucionemos al mundo: Echémosle la sal.
Imagine un cuarto totalmente oscuro, con una persona adentro. Está tan oscuro que no puede ver ni siquiera la palma de su mano. De pronto, una luz se ve a lo lejos, ¿qué creen que haría esa persona? ¿Se quedaría donde está o avanzaría hacia la luz? Sin duda iniciaría su camino rumbo a la luz.
Eso somos nosotros, lucecitas en medio de la oscuridad. Somos la luz en un mundo gris. Sin embargo nuestra luz no es propia, somos como la luna, no brillamos por nosotros mismos, es Cristo la luz el mundo. ¿Cómo funciona esto? ¿Cómo le hacemos para brillar? ¿Nos prendemos fuego? ¿Debemos traer con nosotros siempre una lámpara? Por supuesto que no.
Lo que nos hace brillar son nuestras obras. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes… Seamos luz, pero Dios nos libre de apuntar hacia nosotros mismos, nuestra luz siempre debe, como un faro que apunta a puerto seguro, apuntar hacia nuestro Salvador. Por eso continúa el pasaje dice que brillemos para que alaben al Padre que está en el cielo.
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Mateo 5:13,14